Un taller bíblico

El taller bíblico de niños:

un acontecimiento “kerigmático”

Primera etapa

El kerigma en mi vida

1- Mirar al Señor que me está mirando. No estoy ahora delante de una obra literaria, sino junto a él, que tiene palabras de Vida. Todo este proceso es un diálogo con el Señor Jesús, que está conmigo.

2- Partir de la Palabra, así tal cual la he recibido. La leo serenamente, sin “buscarle el pelo al huevo”. Aclaro las palabras que no se comprenden. La saboreo.

3- Pensar. ¿Qué dice esta palabra que viene del Señor? Intento descubrir el mensaje universal, sin llevarlo necesariamente a mi propia vida de entrada. Digo lo que “me parece” que dice, aún cuando no pueda explicitarlo correctamente. Me dejo guiar por el Espíritu que dialoga en mi interior.

4- Sentir con el Señor. ¿Qué “me” dice? Intento formularlo en pocas palabras. O traigo la situación de vida que creo que está iluminando. Tal vez no sea un “mensaje” propiamente el que me comparte el texto, sino más bien un sentimiento interior (paz, sabiduría, quietud, plenitud, alegría, fortaleza, impaciencia, remordimiento, rabia, etc,).

Segunda etapa

El kerigma en nuestra comunidad

1- Escuchar. ¿Qué te dijo el Señor? Tranquilamente compartimos nuestra oración personal. Todos oímos sin cuestionar. Podemos preguntar si no hemos entendido lo que el otro dijo. Es importante poder descubrir el paso del Señor por la vida del hermano que está hablando. Es más importante la resonancia interior –la del hermano y la mía- que la idea.

2- Contemplar. “A mí me parece que el Espíritu Santo nos está diciendo..., nos está animando a... nos está corrigiendo en... nos quiere empujar a... etc”. Ya no es lo que a uno le parece, sino lo que en común estamos sintiendo, después que todos se expresaron. Intentamos formularlo en unas palabras sencillas, claras. En una expresión kerigmática. Y la disfrutamos cantando o simplemente dejando fluir las emociones interiores.

Tercera etapa

El kerigma para los hermanos

1- Ofrecer esa formulación kerigmática a la que hemos llegado y que nació de nuestro encuentro con el Señor. Presentarla como el leimotiv o eje transversal del encuentro. Más que una idea ofrezco una “contemplación”: contenido salvador, resonancia interior, invitación al seguimiento.

2- Escuchar. ¿Qué les parece esto? ¿Qué significan esas palabras? Dejar que todos hablen, que pregunten, que sugieran, que se rían, que relacionen, etc.

3- Sentir con el Señor. ¿Y a cada uno de nosotros nos está diciendo algo? ¿Qué? Lo llevamos a la propia vida. Tal vez a alguna situación personal, grupal o familiar, algún hecho de carácter público y que está a flor de piel. Le abrimos el espacio a la “corporeidad” (dibujar, cantar, representar, recortar, etc).

4- Pensar. ¿Qué podemos hacer entonces? Algo concreto, puntual, alcanzable esta semana, este mes.

5- Llegar a la Palabra. Introducimos la Biblia: siempre con fiesta, música y adornos. Leemos la palabra desde la cual partimos. Y, finalmente, miramos al Señor y le ofrecemos nuestra oración, alabanza, etc.

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