¡50 AÑOS!


Querida Señora:

Se sorprenderá de mi carta. O al menos, eso espero. Es mi deseo más sostenido: sorprenderla. O, tal vez, lo que me gustaría es seguir siendo una sorpresa en su vida. Y que usted lo sea en la mía.

Bueno, pero ahora que puse esto en el papel, tengo miedo de no alcanzar mi cometido. Y, en vez de sorprenderla, simplemente asustarla o incomodarla con mis impertinencias.

Mucha introducción, ¿no? No tenga miedo. Todo lo que quiero ofrecerle es un poco de la esperanza que hay en mi terruño interior. En realidad, esto de compartir la interioridad lo aprendí de usted. Yo no sé si llega a darse cuenta de que su corazón está entreabierto. Y perdóneme si soy medio pedregoso al hablar; digo “entreabierto” porque me parece que es algo así como una fruta madura que aún no se la puede cosechar. Y a mí no me gustaría ser como esa zorra -¿se acuerda de la historia?- que determinó que lo frutos estaban verdes cuando en realidad estaban altos para su salto. He conocido muchas zorras que abandonaron el salto por no sentirse a la altura de la fruta. Me gustaría que no fuese mi caso.

Pero le tengo que decir, sin disimulos, que tampoco es el suyo. Usted no es ninguna zorra, porque nunca dejó de saltar alto. Y, a fuerza de mordiscos, viene probando fruta buena. Aunque a veces lo bueno madure más bien alto. Siempre es así: toma color primero la que está más en la copa y recibe primero el sol. Y usted es un poco así también: madura por sectores. Y hay que saber mirar un frutal para darse cuenta si ya es tiempo de cosecha. Son muchas las veces que nuestra altura, más bien chata, nos permite observar sólo la frutita que está a la medida de nuestros ojos. Eso para no decir que siempre estamos como tentados de creer que lo único que existe es lo que vemos. Y lo que no alcanzamos a ver… decae en consistencia.

A mí también, querida Señora, me pasa a menudo que mi altura me vuelve un poco ciego. Y al tener al alcance de la vista -¡y de las manos!- mucha fruta verde, me alejo de tanta maleza retrucándole por lo bajo su incapacidad de madurar.

Y no maduramos parejo.

Hay que animarse a saltar alto –como no se animó la zorra del cuento- para disfrutar lo dulce y sabroso de una fruta a punto. Y le confieso que, quienes la conocemos a usted, no nos desanimamos tan fácilmente… con tal de disfrutar sus sabores altos. Los que no están tan a la mano.

Sí, ya sé lo que está pensando: que la zorra es mala y comenta. Me enteré que a usted le duele un poco que se ande diciendo por ahí que todavía está verde, que no termina nunca de madurar, que no vale la pena ni siquiera saltar para ver si hay algo gustoso más allá del velo de sus hojas. No se haga drama: así son las zorras. Tan incapaces para mirar alto que critican todo lo que no pueden ver. Es fácil darse cuenta que una zorra anduvo hablando: no puede aceptar que haya frutos maduros, simplemente porque ella no los alcanza. Cualquier madurez la denuncia. Y no soporta ser puesta en evidencia por quien se dedicó a crecer.

Póngase contenta, mi Señora amiga: si hay zorras rastreras es signo que hay frutos para la cosecha. Así que no les tenga miedo. Dé gracias a Dios que existen: así, usted se da por enterada de sus propias bondades.

Si le sirve saberlo, son muchos los que la comprenden y la quieren. Andar por la vida con los oídos abiertos nos da la posibilidad de escuchar. Y le digo que escuché mucho acerca de usted. No viene al caso contarle los detalles. Me parece que usted los conoce, y bien. Pero hay algo que no me quiero guardar y creo que le va a hacer bien saberlo. Es simple, pero hondamente grato.

Ya son multitud los que esperan mucho de usted. Le digo más: son más bien pobres, en general un poco dejados de lado o mal juzgados. No tienen una gran trayectoria ni apellido. En el común de los casos, más bien todo lo contrario. Cargan con historias un poco dolorosas y otro poco equivocadas; esperan mucho de usted y a la vez –me estoy sincerando- no esperan nada. Le digo más: usted casi casi que no se va a enterar si se han sentido un poco defraudados o no tenidos en cuenta. Mire, se lo explico un poco mejor porque me estoy embarrando sin proponérmelo. Son muchos los que a lo largo de su vida fueron lisa y llanamente usados o defraudados. Ellos creyeron en promesas que prometían –valga la redundancia- un estilo de vida mejor “para todos”. Pero los prometedores, todos por igual, fueron desapareciendo uno a uno. Y los creyentes en sus promesas se dieron cuenta -¡otra vez!- que lo único que tenían delante eran personas y grupos que en realidad los necesitaban a ellos para hacer su propia carrera. A esos defraudados de siempre me refiero yo. Ya no reclaman nada. Y eso puede ser un problema. No sé si no reclaman porque no esperan nada de nadie o porque sienten que su reclamo es poco valioso y no merece ser ni siquiera dicho. No sabría decirle con claridad…

Y eso es un arma de doble filo: medio que nos convencemos de que siempre hacemos las cosas bien porque nadie nos dice nada.

En realidad, sí lo están diciendo, pero sin palabras. Simplemente ausentándose de su mirada, querida Señora. Y créame que nosotros somos un poquito analfabetos de ese modo de comunicar.

Pero también hay otros que preguntan mucho por usted. O, a decir verdad, preguntan por un tipo de frutos que no encuentran en usted. Y no lo están encontrando en nadie. Es la gente que perdió de vista el horizonte en su vida y ya nada la satisface. Sienten que hay una gran diversidad de propuestas, pero ninguna nutritiva. Yo sé que es complicado todo esto, pero ni usted misma se da cuenta de lo que es capaz de generar.

Sépalo: usted no carga con todos los frutos ni con todos los sabores. Pero, permítame recordarle algo que usted antes sabía. Entre sus hojas, a veces verdes, a veces amarillentas, siempre se puede encontrar un Fruto que nadie más lo puede ofrecer. Es paradójico, pero de ese Fruto nació usted. Y es el que la ama. ¡Hábleles de él! Aunque usted crea que a nadie le interesa saber sobre el amor que usted le tiene, hábleles de él. Si no es usted, ¿quién lo va a hacer? De tanto escuchar que ese Fruto estaba en extinción, terminamos por descreer de nosotros mismos y de nuestra capacidad de engendrarlo. ¡Háblenos de él! Se lo pido en nombre de los pobres. También en nombre de los “sin horizonte”.

Ya me empiezo a despedir. Como ve, tenía muchas cosas para decirle. Y en realidad, tengo muchas más, pero éstas son las importantes. Y se las digo porque la quiero.

Ah, ya me olvidaba. Me enteré que este año que pasó estuvo cumpliendo 50 añitos. Me llegaron algunas fotos y se la ve espléndida. ¡Feliz cumpleaños! ¡Por 50 más!

Que Dios me la bendiga mucho.

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