Credo del Sur

Creo en Dios, que es un Padre, el Padre,

de quien proviene y en quien se sostiene toda vida;

capaz de amar hasta el punto de lograr que nuestros corazones lo amen en libertad.

Y creo en su obra, el cielo y la tierra;

el cielo de ésta y de todas las noches

y la tierra a la que amablemente bautizamos con el nombre de “patria”.

Creo en Dios, que es Madre también,

el vientre primordial y eterno, la vida primera y fontal,

en donde abreva toda ternura y calidez.

Creo en Jesús, el Señor que debe venir.

Que desde el pesebre de Belén ilumina la noche de la humanidad.

Y reconvierte en luminarias

a todos los que decidieron cobijarlo y aceptarlo como Niño.

Y también le creo a la Madre,

quien desde Nazareth viene gestando un “sí” genuino y liberador:

el de los pobres de Yaveh, el del resto fiel y germinal;

“sí” virgen en el que una Iglesia virgen se entronca

toda vez que se reencuentra con su más fina identidad.

Sigo creyéndole a la madre de Caná de Galilea,

procuradora cotidiana del buen vino en las mesas frágiles e incipientes;

a la madre fuerte de Jerusalén,

despojada ella misma de todo querer ajeno al del Cordero inmolado;

y le creo a la madre fecunda del Cenáculo,

tierra nueva y cielo nuevo para una Iglesia del Espíritu,

que es fuego y brisa entre los hombres.

Creo que Jesús murió y descendió a lo más hondo de la condición humana.

Al infierno de la mentira instalada como sistema;

al lodo de la marginalidad que corroe no sólo la conciencia del amor gratuito

sino también la dignidad;

y creo que sigue descendiendo

a los deshumanizadores centros de poder que,

en nombre de Dios y de la religión, de la verdad y del progreso,

obturan todo atisbo emergente por diverso o cuestionante.

Pero también –y por sobre todas las cosas- creo que Jesús de Nazareth resucitó y vive.

Para la identidad y la reconciliación de hombres y mujeres sedientos de cielo;

para la paz y la justicia de niños y jóvenes, devueltos a sus sueños y esperas;

porque una raza humana liberada resurja cada mañana de sus rencores

y sobreviva a sus desmemorias.

Resucitó y vive para que la Comunidad de discípulos

abra definitivamente las puertas del lugar donde estuvieron reunidos

por temor y años

y diga lo suyo con la sola fuerza de la palabra y del testimonio;

para que sus puertas dejen de ser barreras

y se reconstituyan en excusas para la inclusión;

para que desaparezca toda forma de dominio de un discípulo sobre otro,

en nombre de prerrogativas distintas de la bautismal.

Resucitó y vive para que todo hombre y toda mujer descubran

la razón de su existir y no tengan necesidad de esconder nunca más

su rostro avergonzado por el pecado o el fracaso, por el error o la perplejidad.

Creo que resucitó y vive para que nunca más

una minoría dirigencial ignorante del hambre

determine quién come, qué se come, cuándo y en qué cantidad;

para que nunca más una selecta minoría religiosa

domine las conciencias y las mutile,

haciendo difícil el encuentro con el Padre de la misericordia;

para que nunca más pequeños grupos violentos

contagien su propio temor a la vida.

Creo que resucitó y vive para que podamos soñar con una tierra de hermanos,

donde la madre naturaleza deje de tomarse revanchas

y nos amenace la vida;

donde a cada familia le corresponda un hogar

y a cada niño un padre y una madre;

donde el enfermo tenga médico y el médico tenga medicina;

donde el que no sabe tenga maestro y el maestro, memoria.

Donde el que busca la verdad simplemente la encuentre y haga de ella una bandera.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y Vivificador.

Que tiene la tonada y la cadencia de la comunidad reunida por el Resucitado.

Que no se deja encadenar a títulos y jerarquías.

Que sigue ungiendo con su perfume a todos aquellos

que reciben la Buena Noticia del Señor Jesús

y no les permite el anonadamiento de su fe y de sus luchas.

Creo que la Iglesia una y santa subsiste en esta comunidad católica

hasta que todos las mujeres y todos los hombres

sean invitados a formar parte del único rebaño,

bajo el cayado del Único y Buen Pastor.

Creo que esta Iglesia pide perdón y es perdonada cada noche

por haberse olvidado del Cristo pobre y débil

adormecida en el dinero y el narcisismo;

por haberse olvidado que ella es Comunión de todos y no élite de puritanos;

que es mesa de pecadores y no banquete de satisfechos.

Y creo que esta Iglesia canta cada mañana

la verdad joven de quien la rejuvenece y transfigura;

que sigue siendo arcilla en manos de su Único Alfarero;

vasija que da a luz al único Tesoro

que capacita para hacer de toda mujer y de todo hombre que viene a este mundo

lo que el Padre siempre soñó para ellos: Jesucristo.

A él sea siempre la gloria y el honor,

el poder y la alabanza por los siglos eternamente. Amén.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por tu fe.

Anónimo dijo...

Está bueno. Gracias.