¿Yo? ¿Qué digo de él?
Que lo conocí entreverado
entre guainas de vida ligera
y gringos de poco fiar.
Pero nunca mostró la hilacha
ni se durmió en la mediocridá.
Que se solía sentar, a la oración,
de cara al levante,
pa’ que el fenecer de la tarde
no le llevara su cosecha de amores
y la esperanza
no se le durmiera en honores.
De vestir sereno, uno más,
igualao con cualquier crestiano
que se presuma de tal.
Pero sin dudarlo le cabía
la descrición de “hombre”
a él y a ninguno más.
¿Qué te puedo decir de él?
Te hinca hasta las verijas, hermano.
La mirada es brasa de curanto.
Su voz... me recuerda a mi mama,
al unto sin sal pa’las friegas
y a los mates con tortas
allá en el sauzal.
Sabés que me galopaba el alma
cuando lo tuve de cerquita
ahí nomás, en la tranquera del monte,
repartiendo invitaciones pa’ su cena
que, según parece,
bien preparada, había sido desairada.
¡Manga de guachos
esos paisanos creídos!
Tenías que ver lo lindo
que se estaba en el patio:
bien barrido, aire fresco, estaca,
fogón, pan tierno y buen vino;
linda pilcha el hombre de abrazo grande,
risa fácil y contagiosa
pa’ cuando había que dentrar.
¡No sabés lo que se perdieron! ¡No sabés!
No sé si el vino hizo lo suyo,
pero en el patio
se te aquerencia la nostalgia
y la juerza de sus manos, caramba,
te pecha y te anima
a lo que todavía no lográs.
Me levanté y pedí silencio
levantando el vaso:
“Quiero brindar por el patrón de las casas
que bien merecido se lo tiene, señores.
Yo hace tiempo le estoy en deuda
y -seré breve-
un hombre no olvida jamás una gauchada.
“Yo nunca había entendido
que la vida
siempre es mejor
de adentro pa’ juera: primero las entrañas,
después el pellejo; y que al revés es miseria.
Me avivó cuando, caído del potro... malaya, volví a montar
y en su cuero pa’ mi montura.
“No recule, me dijo bajito,
y apretó la cincha.
Si estás viendo la huella,
tenés que vadearla sin miedo.
No te achiqués que, en el río,
te estoy esperando con pan fresco y vino”
Y con la voz anudada grité: ¡Salud!
¿Yo? ¿Qué digo de él?
Que antes no veía y ahora veo.
Que siempre viene
a mi tranquera en el monte.
Que antes yo estaba solo y ahora no.
Ya no.
No te quedés sin ver, hermano,
no te quedés solo.
Sentate en su sombra,
comé en su mesa
que hay espacio también pa’ vos.
El es baqueano de tu historia.
¡Salud, hermano! ¡Salud!
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